Thuban
2007-06-23 11:52:53 UTC
Epitafio para Zapatero
Manuel Martín Ferrand
Vaya por delante mi más sincero deseo de una larga vida para José Luis
Rodríguez Zapatero. Ojalá llegue a conocer a los nietos de sus hijos y
disfrute junto a ellos de una vejez serena y placentera mientras, en
su cercanía, Sonsoles Espinosa, su mujer, toca la flauta o gorgoritea
al calor de la lumbre de una casona de León. El epitafio que
debiéramos ir buscando es para rematar la vida política del dirigente
socialista que surgió de la paciencia y lleva camino de acabar con el
Estado después de haber contribuido grandemente al destrozo de la
Nación.
Aunque no esté de moda hablar de don Ramón de Campoamor, uno de los
escasos escritores que han pasado a la Historia con el "don" delante -
quizás porque fue gobernador civil de Alicante y Valencia-, he
encontrado en una de sus Doloras un par de versos que le hacen al
caso, incitan a pensar que el asturiano presintió a quien hoy nos
gobierna y pueden servir para el esbozo del epitafio político que
demando:
Inscripción sepulcral para cualquiera: "Fue lo que fue, sin ser lo
que debiera".
Zapatero, sin duda, es lo que es. Un líder sobrevenido en el que, sin
negarle la plena legitimidad democrática cimentada en las urnas,
sorprende la irresponsable resignación de su entorno. Si en el PSOE
quedara un ápice de la democracia interna que la Constitución exige a
los partidos políticos -incluso algún mínimo vestigio de instinto de
conservación-, ya habrían sonado los truenos de la indignación de los
militantes que, con esfuerzo y sacrificio, continúan a quienes hace
más de un siglo levantaron la bandera del socialismo como hipótesis de
remedio para los males obreros y españoles.
El espectáculo político que hoy ofrece España, afortunadamente muy
poco concordante con la realidad social y la actividad económica, es
sobrecogedor. Aterra. El todo nacional, como los quesitos en
porciones, se sirve en una bandeja con diecisiete gajos diferentes en
derechos y deberes, responsabilidades, educación, sanidad, policía,
banderas... Un inmenso despropósito cuya génesis no se le puede
atribuir, claro está, al actual presidente del Gobierno; pero que éste
ha hinchado, desde el complejo de la memoria de un abuelo, para seguir
subido en el machito de un poder que sólo se sostiene con la traición
al espíritu que, tras el cataclismo del 11M, le elevó a la Moncloa.
Zapatero, gobernante sin programa, ha fiado su futuro político
personal -arrastrando con ello al Estado- en un "proceso de paz" que,
en sus inicios, ya parecía inalcanzable y que, en su final, resulta
demoledor. A mayor abundamiento, ha troceado su partido en confusas
franquicias regionales que, en comunión con lo peor de los
nacionalismos separatistas, han contribuido a ir cuarteando la
Constitución vigente con peregrinas modificaciones de los Estatutos de
Autonomía que emanan de ella.
Además, confundido, también en solitario, con una extravagante
política exterior, nos ha separado de Europa y de EEUU para acercarnos
a los viejos y nuevos tiranos que, desde Castro a Chaves pasando por
Morales, deshicieron los vestigios democráticos de sus respectivos
países para retroceder a un Tercer Mundo vacío de contenidos y
saturado de grandilocuentes proclamas de izquierda radical.
Todos aquellos a quienes no ciegue el papanatismo militante, o el
interés inconfesable, podrán coincidir que Zapatero, el peor de
cuantos jefes de Gobierno hemos conocido desde la Transición, es un
mal para España y para los españoles que dicen serlo. Posiblemente se
merezca un homenaje por parte de quienes quieren desertar, por el
camino secesionista, de tan vieja y noble condición. De ahí que
convenga ir buscando el epitafio político que cierre este triste y
estéril capítulo de nuestra historia. A falta de alguna idea mejor
propongo el de Campoamor: "Fue lo que fue, sin ser lo que debiera".
Lamentablemente y con graves daños colaterales.
Manuel Martín Ferrand
Vaya por delante mi más sincero deseo de una larga vida para José Luis
Rodríguez Zapatero. Ojalá llegue a conocer a los nietos de sus hijos y
disfrute junto a ellos de una vejez serena y placentera mientras, en
su cercanía, Sonsoles Espinosa, su mujer, toca la flauta o gorgoritea
al calor de la lumbre de una casona de León. El epitafio que
debiéramos ir buscando es para rematar la vida política del dirigente
socialista que surgió de la paciencia y lleva camino de acabar con el
Estado después de haber contribuido grandemente al destrozo de la
Nación.
Aunque no esté de moda hablar de don Ramón de Campoamor, uno de los
escasos escritores que han pasado a la Historia con el "don" delante -
quizás porque fue gobernador civil de Alicante y Valencia-, he
encontrado en una de sus Doloras un par de versos que le hacen al
caso, incitan a pensar que el asturiano presintió a quien hoy nos
gobierna y pueden servir para el esbozo del epitafio político que
demando:
Inscripción sepulcral para cualquiera: "Fue lo que fue, sin ser lo
que debiera".
Zapatero, sin duda, es lo que es. Un líder sobrevenido en el que, sin
negarle la plena legitimidad democrática cimentada en las urnas,
sorprende la irresponsable resignación de su entorno. Si en el PSOE
quedara un ápice de la democracia interna que la Constitución exige a
los partidos políticos -incluso algún mínimo vestigio de instinto de
conservación-, ya habrían sonado los truenos de la indignación de los
militantes que, con esfuerzo y sacrificio, continúan a quienes hace
más de un siglo levantaron la bandera del socialismo como hipótesis de
remedio para los males obreros y españoles.
El espectáculo político que hoy ofrece España, afortunadamente muy
poco concordante con la realidad social y la actividad económica, es
sobrecogedor. Aterra. El todo nacional, como los quesitos en
porciones, se sirve en una bandeja con diecisiete gajos diferentes en
derechos y deberes, responsabilidades, educación, sanidad, policía,
banderas... Un inmenso despropósito cuya génesis no se le puede
atribuir, claro está, al actual presidente del Gobierno; pero que éste
ha hinchado, desde el complejo de la memoria de un abuelo, para seguir
subido en el machito de un poder que sólo se sostiene con la traición
al espíritu que, tras el cataclismo del 11M, le elevó a la Moncloa.
Zapatero, gobernante sin programa, ha fiado su futuro político
personal -arrastrando con ello al Estado- en un "proceso de paz" que,
en sus inicios, ya parecía inalcanzable y que, en su final, resulta
demoledor. A mayor abundamiento, ha troceado su partido en confusas
franquicias regionales que, en comunión con lo peor de los
nacionalismos separatistas, han contribuido a ir cuarteando la
Constitución vigente con peregrinas modificaciones de los Estatutos de
Autonomía que emanan de ella.
Además, confundido, también en solitario, con una extravagante
política exterior, nos ha separado de Europa y de EEUU para acercarnos
a los viejos y nuevos tiranos que, desde Castro a Chaves pasando por
Morales, deshicieron los vestigios democráticos de sus respectivos
países para retroceder a un Tercer Mundo vacío de contenidos y
saturado de grandilocuentes proclamas de izquierda radical.
Todos aquellos a quienes no ciegue el papanatismo militante, o el
interés inconfesable, podrán coincidir que Zapatero, el peor de
cuantos jefes de Gobierno hemos conocido desde la Transición, es un
mal para España y para los españoles que dicen serlo. Posiblemente se
merezca un homenaje por parte de quienes quieren desertar, por el
camino secesionista, de tan vieja y noble condición. De ahí que
convenga ir buscando el epitafio político que cierre este triste y
estéril capítulo de nuestra historia. A falta de alguna idea mejor
propongo el de Campoamor: "Fue lo que fue, sin ser lo que debiera".
Lamentablemente y con graves daños colaterales.